Hace poco cayó en mis manos un manual de técnicas artísticas, en este caso sobre la acuarela. A pesar de que se trataba de un manual exlusivamente técnico (¿cuántos manuales sobre el mismo tema le precedieron y cuántos le seguirán con igual vehemencia?), lo que me sorprendió de entrada fue que, tras décadas de evolución en el mundo gráfico, de la aparición de nuevos métodos y maneras, etcétera, la acuarela sigue siendo recurrentemente paisajística.
Investigué un poco más y caí en la cuenta de que esta clase de manuales se sirven de los cánones y de los arquetipos con el fin de crear una sórdida estampa bucólica concebida desde una mente y un imaginario urbano. Los protagonistas principales de estos manuales (en este caso, tratan de simbolizar al "maestro"), siguen siendo esos curiosos hombrecillos afables, residuos de la decadente burguesía europea, que tienen cara de holandés de mediana edad y que además gustan de ir vestidos como si fueran a cazar mariposas o truchas.
Cuando terminé con mi examen somero, una pregunta me sobrevino: ¿qué hacen para tener los puños de sus camisas azul cielo sin una mancha?
Gracias a ese detalle de íntima galantería, desde entonces les tengo una especial estima.
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